Arturo Umberto Illia dejó entre sus amigos y correligionarios múltiples anécdotas que reflejan su personalidad. Muchas de ellas ni siquiera se conocen, en virtud de la poca bibliografía que sobre el ex presidente de la Nación existe. Lejos de ser un personaje dubitativo y lento, como se lo intentó reflejar, era el cruzdelejeño de una personalidad atrapante.
Hace casi treinta años, después del derrocamiento de Isabel Martínez de Perón y con el advenimiento de la dictadura militar de Jorge Videla, era muy frecuente verlo en la ciudad de Córdoba al ex presidente Dr. Arturo U. Illia.
Además de visitar en el Cerro de Las Rosas a su hijo Martín, (también médico, hoy lamentablemente fallecido), solía juntarse asiduamente con sus correligionarios en la clandestinidad, en virtud de encontrarse en aquel entonces prohibida toda actividad política por decisión del gobierno militar.
Don Arturo , como le llamaban respetuosamente sus amigos, había sido, además de presidente de la República, legislador provincial, vicegobernador con Santiago H. del Castillo , legislador nacional y gobernador electo en elecciones que después fueron anuladas, representando siempre a Córdoba, su provincia adoptiva, a la que tanto amó.
Hizo de la medicina y de la política sus apostolados más insignes. Con relación a la primera, todavía se recuerda la lección que dejó para los médicos en general , cuando, después de algunos años de no ejercer la profesión, debido a sus cargos electivos, al producirse la revolución militar de 1943, se incorporó como simple practicante del Hospital Español en esta ciudad de Córdoba , no obstante contar con una larga experiencia médica. Entendía que antes de abrir nuevamente su consultorio en la ciudad de Cruz del Eje , debía previamente compenetrarse tanto de los avances como de las nuevas técnicas de la medicina moderna. Con relación a la segunda, vale esta anécdota que él la contó en un momento de confidencias, muy raro en su temperamento , ya que siempre se resistía a hablar sobre aspectos de su vida política. No hay certezas que esta versión sea conocida por algunas otras personas en la actualidad.
Relató Illia que con el advenimiento de Perón, en su primer gobierno nacional, San Luis se había incorporado casi masivamente al partido oficialista, llevando como gobernador a Teobaldo Zavala Ortiz, por lo que la oposición radical prácticamente había desaparecido en esa provincia.
En virtud de ello es que el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical resuelve designarlo para que reorganizara el radicalismo en todas las localidades de dicho distrito provincial, desempeñándose entonces como diputado nacional por Córdoba.
Para cumplir con dicho cometido, Illia, entre otras cosas, resuelve enviarle a un viejo caudillo y correligionario de la localidad de Merlo, una carta, con el membrete oficial de Diputado Nacional, haciéndole saber que, en un día ya determinado, iba a visitarlo personalmente en su casa.
La previa comunicación de su visita constituyó un error -según decía don Arturo- porque dicho correligionario se desempeñaba como empleado del Correo y frente al temor de que fuera despedido del cargo por el gobierno nacional -ya que las represalias políticas estaban a la orden del día en aquella época- debido a la visita personal de un legislador de la oposición , optó por meterse en su cama, haciéndose el enfermo, en el día de la anunciada visita.
Por ello es que cuando llegó a la casa del mencionado dirigente, fué atendido por su señora esposa en la puerta de entrada, la cual le anunció que su esposo no podía recibirlo por estar enfermo en la cama. Se olvidó la mujer que Illia era médico y ante la pregunta de éste en qué consistía la enfermedad, la señora sólo atinó a decir que le dolían las piernas y tenía por ello dificultades para caminar. De ahí que su esposo no iba a poder salir a la calle ni tampoco visitar otros correligionarios , como se había programado.
Don Arturo se ofreció en el acto para revisarlo personalmente y sin esperar respuesta de la esposa, entró en el dormitorio de dicho dirigente y comenzó a revisarlo clínicamente, advirtiendo inmediatamenrte que no tenía ninguna dolencia o dificultad en sus piernas. Y sin decir una sola palabra , superando este mal momento, le pidió a la señora que trajera una palangana de agua caliente, Untisal y una frazada para envolverle las piernas. Inmediatamente le lavó las extremidades, las frotó con el remedio mencionado y las envolvió con la frazada, diciéndole que dentro de un par de días iba a poder levantarse sin mayores problemas.
Pues bien: cuál no sería su sorpresa -relataba el Dr. Illia- cuando, imprevistamente, al llegar a la Cámara de Diputados de la Nación, encontró en su despacho una carta del mencionado correligionario, donde éste totalmente arrepentido por haber simulado una supuesta dolencia o enfermedad, le pedía humildemente perdón, contándole la verdad, es decir, que lo había hecho para evitar ser despedido del empleo que tenía, que no era necesario que lo visitara nuevamente, que él personalmente se iba a ocupar de conseguir la mayor cantidad de votos en la próxima elección, silenciosamente, a favor del radicalismo. Es así -contaba el Dr. Illia- que al poco tiempo se producía la primera elección nacional , “corriendo por mi parte a enterarme por los diarios sobre el resultado final del radicalismo en Merlo: había obtenido cuarenta votos a su favor”. Sonriendo comentaba que, por lo menos, su “tratamiento” no había resultado en vano.
Así era Illia, un hombre íntegro, política y profesionalmente hablando. No debe olvidarse que fue el pueblo de Cruz del Eje, quien, por contribución popular, le regaló la casa donde él vivía con su familia, como un reconocimiento a su labor médica en favor de los más necesitados.
Conversar con don Arturo resultaba un verdadero placer, porque, a diferencia de muchos , era de los que sabía escuchar pacientemente a su interlocutor, dándole a éste el tiempo suficiente para que pudiera expresar cabalmente su pensamiento. Su mirada penetrante pero a su vez acogedora , resultaba, pues, una invitación al diálogo fluido, ameno, sin condicionamientos. Y cuando se disponía a hablar lo hacía con una voz tan potente que llamaba la atención de quienes lo rodeaban: era como si su espíritu se fortaleciera o mantuviera aún, dentro de su pecho, la frescura de sus años juveniles, como frescas eran las ideas que sustentaba, a pesar del tiempo transcurrido. Ello contrastaba con la rigidez de sus conceptos, especialmente cuando defendía la ley, la democracia y las instituciones de la República.
Así, sus claros conceptos políticos eran más bien propios de un especialista del derecho que de un profesional de la medicina. Ello se reflejó, por ejemplo, en su mensaje presidencial del 12 de octubre de 1963, cuando asumiera la primera magistratura del país, donde expresó, entre otras cosas, que esta era “la hora de la gran revolución democrática, la única que el pueblo quiere y espera; pacífica sí , pero profunda, ética y vivificante, que al restaurar las fuerzas morales de la nacionalidad, nos permita afrontar un destino promisorio con fe y esperanza”.
Desgraciadamente oscuros designios de militares que se creían “iluminados”, como Onganía, no dejaron plasmar esta “revolución democrática” que auguraba aquel presidente constitucional de los argentinos, provocando un golpe de estado que hasta ahora no se sabe cuales fueron sus verdaderos objetivos, sirviendo sólo para defender intereses foráneos y de extrema derecha. No hay que olvidar que diez años después de este desgraciado acontecimiento, un complotado en dicho golpe injusto, el coronel Luis Perlinger, terminó pidiéndole perdón en una carta a Illia por haberlo desalojado de su despacho presidencial.
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