domingo, 25 de diciembre de 2011

BAHIA BLANCA: homenaje al 109 aniversario del nacimiento de CARLOS DI SARLI

El próximo 07 de enero de 2012 a las 10:30 hs  se colocara una plaqueta en homenaje al 109 aniversario del nacimiento de CARLOS DI SARLI en el monumento a su figura ubicado en la calle Yrigoyen al 600  de esta ciudad, evento este enmarcado en el ciclo “BAHIA BLANCA NO OLVIDA” que lleva adelante la productora Dandy producciones a cargo de JOSE VALLE, dicho homenaje consistirá en la colocación de una imagen del genial pianista con una descripción de su vida y obra.
CARLOS DI SARLI: “NO HABRA NINGUNO IGUAL, NO HABRA NINGUNO”
Pianista, director y compositor (Bahia Blanca 7 de enero de 1903 – Olivos  12 de enero de 1960)
Nacio en  la casa sita en la calle  San Martín 48 y su infancia y juventud la vivío en la casa  de la calle Buenos Aires(Hoy  Irigoyen,) número 511 , de Bahia Blanca.
Nadie como él supo combinar la cadencia rítmica del tango con una estructura armónica, en apariencia sencilla, pero llena de matices y sutilezas, impuso un sello propio, un perfil musical diferente que se mantiene inalterable en toda su prolongada trayectoria.
Dos tangos de su autoría son considerados clásicos del género. El primero es en homenaje a su maestro Osvaldo Fresedo y se llama “Milonguero viejo”; el segundo es un reconocimiento a su ciudad natal, “Bahía Blanca”. No son sus únicas creaciones, pero son las más memorables. Tan memorable como su famosa mano izquierda, “su zurda milonguera” , como dijera un crítico, esa zurda que le otorgaba al sonido del piano un toque distintivo y distinguido, pleno de sutilezas y matices. La mano izquierda de Di Sarli se reconocía por esa manera de decir, de acentuar, de modula
El Señor del Tango fue absolutamente respetuoso de la melodía y el espíritu de los compositores de su repertorio, adornando de matices y sutiles detalles la instrumentación orquestal, apartándose de la falsa contradicción que existía entre el tango evocativo tradicional y la corriente vanguardista.
Los cantores en tiempos del sexteto, fueron por orden de participación: Santiago Devin, Ernesto Famá, Fernando Díaz, Antonio Rodríguez Lesende, Roberto Arrieta e Ignacio Murillo.
El primer cantor de la orquesta fue Roberto Rufino, a quien lo siguieron Antonio Rodríguez Lesende, Agustín Volpe, Carlos Acuña, Alberto Podestá, otra vez Roberto Rufino, nuevamente Alberto Podestá, Osvaldo Cabrera, por tercera vez Roberto Rufino, otra vez Alberto Podestá, Jorge Durán, Raúl Rosales, por cuarta vez Alberto Podestá, Osvaldo Cordó, Oscar Serpa, Mario Pomar, nuevamente Oscar Serpa, Roberto Galé, Roberto Florio, y finalmente Jorge Durán otra vez y Horacio Casares.
La imagen suya, sentado frente al piano con sus lentes ahumados y su leve sonrisa se transformó en un clásico.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Cipriano Reyes, el viejo sindicalista y fundador del gremio de la carne

Cipriano Reyes, el hombre que se animó a decir: “Yo hice el 17 de Octubre” que era como decir “a Perón lo hice yo”. Y si no lo hubiera hecho, igualmente hubiera tenido que pasar a la historia tan sólo por haberlo dicho. Haberlo dicho, y que muchos creyeran que fuera cierto, le ganó el odio de unos y otros. De los peronistas, porque el líder no puede tener mentores. Y de los antiperonistas, porque no se cansaban de mentar a los padres de Perón y don Cipriano puso la cara.
  Había nacido en Lincoln con siete hermanos y un padre que había llegado a la Argentina para trabajar en el circo criollo de los Podestá. A los 12 o 13 años fue obrero en la vidriería La Asunción, en Caseros 3131. “Tenían mucha fama de negreros”, contó y allí participó en las primeras reuniones de anarco sindicalistas de los que siempre habló como sus maestros. En 1921 se mudó con sus padres a Zárate y trabajó en el frigorífico Armour, donde en 1923 participó en la fundación del primer sindicato de la carne.
De allí se mudó a Necochea y a principio de los ‘40 recaló en Berisso, donde se empleó como obrero del frigorífico Anglo y reanudó la militancia sindical. Era un gremio muy trabajado por los gremialistas comunistas que ya estaban declinando. En su biografía, Reyes reconoce que cuando empezó su actividad sindical, los gremios estaban controlados por anarquistas, socialistas y comunistas. “Yo me sentía muy unido afectivamente a ellos –afirmó– pero no compartía su ideología”. Reyes definió su ideario como un socialismo no marxista y lo cierto es que fue duro competidor de sus compañeros de izquierda.
Su participación en la creación del sindicato de la carne hubiera bastado tal vez para hacerle un espacio en la memoria. Pero la historia argentina se acercaba, sin que sus protagonistas lo supieran, a una encrucijada decisiva: el 17 de octubre de 1945.
Hay muchas versiones sobre ese día fundacional para el movimiento peronista y para la nueva etapa que se abría: la historia gorila, la de la liturgia peronista, la de Cipriano Reyes y otras. Reyes había conocido a Perón antes de ese día. Había hecho huelga, se había peleado con los “cosacos” y estaba detenido en la Policía Federal. Su hermano hizo gestiones para liberarlo y una de ellas fue ante el secretario de Trabajo. Un día salió en libertad y de allí lo llevaron a la oficina del coronel Juan Perón. “Necesitamos hombres como usted” decía que le dijo.
Cipriano Reyes estaba seguro de su liderazgo y sintió que el destino de ese hombre que le pedía ayuda dependía de él, más de lo que el suyo dependía del de Perón. Y la historia posterior demostró que estaba equivocado.
Cuando Perón, que era secretario de Trabajo y vicepresidente, fue obligado a renunciar y llevado preso a Martín García, se produjo un tironeo en la Confederación General del Trabajo. Los sindicatos independientes lograron una ajustada mayoría frente a socialistas y comunistas para declarar una huelga el 18 de octubre, pero no se habló de movilización.
La historia que difundió el peronismo borró a Reyes de esa fecha. En ella, la agitadora era Evita, a quien se la mostró recorriendo las fábricas de Avellaneda para convocar a los obreros a la Plaza de Mayo a exigir la libertad de Perón. En pleno peronismo, Reyes se atrevió a cuestionar esa versión y se puso en el lugar de Evita.
Cipriano Reyes contó que el gremio había decidido movilizarse el 16, lo postergaron un día y así salieron a la madrugada para llegar a las 4 de la tarde a la Plaza. “Teníamos cinco mil activistas organizados y cada uno de ellos podía traer a otros cinco, o sea que de partida contábamos con 25 mil personas dispuestas y a la mitad del camino ya éramos como 50 mil”. En el camino se sumaron obreros de los barrios fabriles del sur, hasta convertirse en la masa que copó la Plaza de Mayo. A lo largo de su vida insistió siempre con esa versión, aunque ningún otro corroboró la existencia de una convocatoria puntual tan clara en la gestación del 17 de Octubre. Y por supuesto tampoco se pudo corroborar el papel tan protagónico que le asignaron a Evita. Lo que sí es cierto es que cuando Perón se presentó a elecciones, lo hizo con el Partido Laborista que había fundado el gremialista de la carne que, a su vez, fue elegido diputado.
Pero a Reyes no le gustaba el verticalismo y se rebeló contra la orden de Perón de disolver el Partido Laborista para conformar el Movimiento Nacional Justicialista. A partir de allí pasó a la oposición y no era hombre de callarse la boca. Fue detenido, denunció torturas y atentados e incluso en uno de ellos murió su chofer y él resultó herido en una pierna. Estuvo preso hasta 1955. Cuando salió en libertad, su figura se opacó. En un universo dividido entre peronistas y antiperonistas, su posición de alguna manera más ecléctica no tenía lugar. Hasta el final de sus días acompañó el letargo de su Partido Laborista que nunca más ganó una elección, y cedió entrevistas para irritar a peronistas y antiperonistas con su versión de la historia de la que fue, contra la corriente y sin lugar a dudas, un protagonista importante.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Juan Martín de Pueyrredón

Nació en Buenos Aires el 18 de diciembre de 1777. Estudió en París y regresó a Buenos Aires en 1806, poco antes de la primera invasión inglesa.
Fue uno de los líderes de la resistencia contra el invasor al frente del regimiento de Húsares, y fue uno de los artífices de la rendición británica ocurrida el 12 de agosto de 1806. Como premio a su valor el Cabildo de Buenos Aires lo envió en calidad de diputado a las Cortes de Madrid. En 1809 regresó al país y en 1810 fue nombrado Gobernador de Córdoba por la Primera Junta.
En 1811, asumió el cargo de General en Jefe del ejército del Alto Perú hasta marzo de 1812, cuando fue reemplazado por el General Belgrano.
Pueyrredón regresó a Buenos Aires y fue convocado a incorporarse como miembro del Primer Triunvirato al caducar el mandato de uno de los triunviros. Tras la caída del Triunvirato fue detenido y confinado a San Luis. En esta región ganó un gran prestigio y fue electo diputado por Cuyo ante el Congreso de Tucumán. Bajo la influencia de San Martín y el fuerte apoyo de Buenos Aires y el Alto Perú, fue designado por el Congreso para ocupar el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 3 de mayo de 1816. Desde esta función, colaboró activamente con la campaña libertadora de San Martín.
En abril de 1819, renunció a su cargo y marchó primero a Montevideo y luego a Francia. Regresó al país en 1849 y falleció pocos meses después, el 13 de marzo de 1850.

Juan Lavalle

Juan Galo de Lavalle fue uno de los hombres más controvertidos de nuestra historia nacional. Héroe en las campañas de San Martín y Bolívar, respondió a la ideología unitaria, que defendió ciegamente hasta el fin de sus días. El fusilamiento de Manuel Dorrego, ordenado por él, contribuyó al encumbramiento de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires, contra quien se levantará sin éxito en repetidas oportunidades, siempre en defensa de la causa unitaria.
Juan Galo de La Valle nació el 17 de octubre de 1797 en Buenos Aires. Fue el quinto hijo de Manuel José de La Valle y Cortés y María Mercedes González Bordallo. Su padre, descendiente directo del conquistador de México, era contador general de las Rentas y el Tabaco del Virreinato del Río de la Plata.
En 1799, los De La Valle se trasladaron a Santiago de Chile. Desde allí, palpitan las noticias de las invasiones inglesas, alarmados por la ineficiencia de las autoridades coloniales para resistir a los ingleses.
Ya en 1807 la familia se muda nuevamente a Buenos Aires. Por entonces, la crisis del imperio español comenzaba a evidenciarse y grupos de jóvenes criollos se plantean la posibilidad -lejana todavía- de cortar los lazos con la metrópoli.
La Revolución de Mayo resultó claramente adversa para con los De La Valle, por su subordinación a las autoridades españolas. Recién en 1812, una vez asumido el Primer Triunvirato, el gobierno nombra a Manuel (amigo cercano de Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato) administrador de la Aduana de Buenos Aires.
El Primer Triunvirato es derrocado en octubre de 1812 por fuerzas dirigidas por militares pertenecientes a la llamada Logia Lautaro, entre quienes se encontraban Carlos María de Alvear y José de San Martín.
A cargo del Regimiento de Granaderos a Caballo, San Martín decidió encaminar la formación de un conjunto de jóvenes voluntarios que se incorporarían como cadetes. Pertenecientes en muchos casos a las familias más distinguidas de la ciudad. Juan Galo de Lavalle (que en esa época suprimió el "de" de su apellido y lo apocopó, posiblemente para evitar la vinculación con los apellidos españoles) pidió su alta como cadete y fue aceptado en agosto de 1812.
Se destacó en las prácticas rigurosas impuestas por San Martín y rápidamente se ganó su respeto. Sin embargo, Lavalle no fue escogido para participar en el Combate de San Lorenzo, en el que las tropas de San Martín se impusieron sobre los realistas y su bautismo de fuego tuvo lugar durante la toma de Montevideo, en 1814. Allí, quiso el destino que actuará bajo las órdenes de Manuel Dorrego.
Cuando San Martín se hizo cargo del Ejército de los Andes, Lavalle recibió la orden de trasladarse a Cuyo para incorporarse al mismo. Allí, en uno de los convites organizados por Remedios de Escalada de San Martín, la joven esposa del Libertador, Lavalle conoció a su futura esposa, María de los Dolores Correas.
Durante el cruce de los Andes, Juan Lavalle marchó a la vanguardia, bajo las órdenes del brigadier Miguel Estanislao Soler. Se destacó en el triunfo de Chacabuco, en febrero de 1817, y ya ostenta el grado de general en jefe, cuando el ejército patriota fue derrotado en Cancha Rayada. Luego de la victoria de Maipú, Lavalle acompañó a San Martín en el avance sobre Perú, en el cual también brilló por sus dotes militares.
Lavalle formó parte del ejército que San Martín envió a Simón Bolívar para continuar con la independencia americana y participó de la campaña al Ecuador. Tuvo una actuación excepcional en los combates de Río Bamba y Pichincha.
Juan Lavalle retornó a las Provincias Unidas en 1823, y tras un breve paso por Mendoza, donde vistó a su prometida, emprendió la marcha hacia la capital del antiguo Virreinato. El gobierno de Martín Rodríguez lo recibió con honores. Lavalle se sorprendió de los cambios ocurridos en la ciudad, los cuales se encontraban fuertemente relacionados con las reformas llevadas adelante por uno de los ministros de Rodríguez, Bernardino Rivadavia.
Lavalle cumplió su promesa y regresó a Mendoza, donde contrajo matrimonio con María de los Dolores en abril de 1824. Regresó a Buenos Aires junto con su esposa y fue nombrado jefe del Cuarto Regimiento de Infantería, cuyo objetivo era cubrir la frontera sur del río Salado con el fin de avanzar sobre el territorio dominado por los indígenas, un problema que comenzaba a inquietar fuertemente al gobierno. Se pretendía demarcar una nueva línea de frontera que debía estar comprendida entre las costas del mar y las orillas del río Las Flores, pasaría por Balcarce y Tandil y avanzaría hacia el oeste, hacia el límite con Santa Fe.
En febrero de 1826, Bernardino Rivadavia fue designado presidente de las Provincias Unidas. La gestión de Rivadavia fue fuertemente resistida por los representantes de las provincias, quienes veían en él la consagración del ideario unitario.
En tanto, comenzó a destacarse entre los opositores la figura de Manuel Dorrego, que desde las páginas del diario El Tribuno hostigaba continuamente al poder Ejecutivo representado por Rivadavia y criticaba su proyecto de ley electoral en estos términos:
"...Y si se excluye a los jornaleros, domésticos asalariados y empleados también, ¿entonces quién queda? Queda cifrada en un corto número de comerciantes y capitalistas la suerte del país. He aquí la aristocracia del dinero, entonces sí que sería fácil poder influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro en el Banco, y entonces el Banco sería el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación con todas las provincias. "
Juan Lavalle fue enviado a integrarse al ejército en la guerra con el Brasil, donde nuevamente se destacó por sus dotes militares.
En tanto, en Buenos Aires en 1826, las gestiones diplomáticas para concluir la guerra con Brasil,  nada favorables para las Provincias Unidas, y la sanción de una Constitución unitaria y centralista, pusieron en jaque al gobierno de Rivadavia, quien debió renunciar.
El fracaso unitario facilitó la llegada a la gobernación de Buenos Aires del federal Manuel Dorrego, lo cual produjo una fuerte inquietud en el círculo oligárquico de la ciudad, que apoyaba al sistema unitario.
Así escribía el unitario Julián Segundo de Agüero a Vicente López en ocasión de la asunción de Dorrego:
"No se esfuerce usted en atajarle el camino a Dorrego: déjelo usted que se haga gobernador, que impere aquí como Bustos en Córdoba: o tendrá que hacer la paz con el Brasil con el deshonor que nosotros no hemos querido hacerla; o tendrá que hacerla de acuerdo con las instrucciones que le dimos a García, haciendo intervenir el apoyo de Canning y de Ponsonby. La Casa Baring lo ayudará pero sea lo que sea, hecha la paz, el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos."
A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró a Dorrego el apoyo político y económico. Le niega recursos a través de la Legislatura y lo fuerza a transigir y a iniciar conversaciones de paz con el Imperio.
Dorrego tuvo que firmar la paz con Brasil aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la república Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador Dorrego.
El 1º de diciembre de 1828, un golpe de estado encabezado por el General Lavalle derrocó a Dorrego. Algunos unitarios se dirigieron a Lavalle y opinaron sobre lo que debía hacerse con el gobernador capturado. Salvador María del Carril le escribía a Lavalle el 12 de diciembre de 1828:
"La prisión del General Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil. La disimulación en este caso después de ser injuriosa será perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo del fusilamiento de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla. Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra, y no cortará usted las restantes. Nada queda en la República para un hombre de corazón. "
La nefasta influencia de Del Carril se aprecia en esta carta de Lavalle a Brown: "Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona. Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo. Estoy seguro de que a nuestra vista no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles".
EL general Lavalle decide fusilar a Dorrego el 13 de diciembre. El gobernador derrocado se despedía de sus seres queridos: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado".
A sus dos pequeñas hijas decía: “Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre”.
Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un Bando: "Participo al Gobierno Delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componente esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público".
En Buenos Aires, las repercusiones de la muerte de Dorrego no se hicieron esperar y el propio grupo que había gestado el golpe de Estado se alejó estratégicamente de Lavalle, quien había sido designado gobernador provisorio, pero aún no había regresado a la capital. En las provincias del interior la situación no era muy distinta.
Finalmente, ante la inminencia de una guerra civil, Lavalle accedió a reunirse con Juan Manuel de Rosas, cuya influencia era cada vez más importante en los círculos federales que asediaban continuamente a las fuerzas de Lavalle. La reunión se produjo en Cañuelas, en junio de 1829; allí Lavalle y Rosas firmaron un pacto por el cual se decidió el cese de las hostilidades, la elección de autoridades para la reinstalación de la Legislatura, que nombraría a un gobernador al que ambos se someterían junto con sus fuerzas. En tanto esto sucedía, Lavalle ejercería el cargo de gobernador provisorio y Rosas el de comandante general de la campaña. El pacto tenía una cláusula secreta, en la cual Rosas y Lavalle se comprometían a conseguir el triunfo de una lista de candidatos a diputados que había sido concebida por Rosas.
Pero los unitarios de Buenos Aires se negaron a suscribir esa lista. La ciudad se vio envuelta nuevamente en un conflicto armado entre federales y unitarios, y Lavalle, sin capacidad de respuesta, anuló las elecciones y firmó un nuevo pacto con Rosas, por el cual Juan José Viamonte fue nombrado gobernador provisorio.
A partir de entonces, la situación de Lavalle en Buenos Aires se volvió insostenible y debió exiliarse en la Banda Oriental. Allí lo encontró la noticia del ascenso de Rosas a la gobernación, como consecuencia de una fuerte campaña de prensa en la cual Don Juan Manuel hablaba de Manuel Dorrego como un mártir de la patria y de Lavalle como un salvaje asesino.
En tanto, el general José María Paz, que encabezaba la oposición unitaria del interior, se consolidaba en la provincia de Córdoba, desde donde lanzó la llamada "Liga del Interior", que pretendía acabar con los caudillos federales de las distintas provincias, aliados de Rosas. Instigado por Salvador María del Carril, Lavalle emprendió entonces una invasión a Entre Ríos desde la Banda Oriental. El objetivo era el avance sobre el litoral para reunirse con Paz, pero fue dos veces derrotado.
En 1839, con el apoyo de los exiliados del régimen rosista, pasó a Entre Ríos y comenzó a avanzar con el objetivo final de derrocar a Rosas. Pero en septiembre de 1840, Rosas logró reunir 17.000 hombres para hacerle frente, por lo cual Lavalle, al mando de apenas 1.100, se retiró a Santa Fe.
La tropa de Lavalle fue constantemente perseguida y su líder fracasó en todos los intentos de reorganizar su maltrecho ejército.
Llegó a Tucumán en 1841, desde donde intentó una vez más avanzar sobre la capital, pero fue derrotado en Famaillá por las fuerzas de Oribe, el caudillo uruguayo apoyado por Juan Manuel de Rosas. La derrota marcó el fin de la llamada "coalición del norte".
Cuando el contingente llegó a Jujuy, el 7 de octubre por la noche, se encontró con que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno.
El  9 de octubre de 1841, una partida federal dio con la casa donde se encontraba Lavalle y disparó a la puerta. Una de las balas atravesó la cerradura e hirió de muerte a Lavalle. Su cadáver fue conducido hacia la catedral de Potosí, donde fueron depositados sus restos.
En 1858, los restos del General Lavalle fueron trasladados al cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, donde descansan actualmente, a metros de la tumba de Dorrego. El general no pudo cumplir con su juramento: "Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada, por mi honor de soldado, que haré un acto de profunda expiación: rodearé de respeto y consideración a la viuda y los huérfanos del Coronel Dorrego".
Rosas y Lavalle

Un día del mes de agosto de 1829 tuvo lugar una célebre entrevista entre los generales don Juan Manuel de Rosas y don Juan Lavalle.
La noche estaba oscura. El general Lavalle llamó a su ayudante, capitán Estrada, y le ordenó que eligiera dos soldados de su mayor confianza. Montaron a caballo los cuatro hombres y se dirigieron en dirección al campamento del general Rosas.
A las dos leguas el enemigo les dio el alto, y un grupo de soldados de Rosas los rodeó.
-Soy el general Lavalle. Digan ustedes al oficial que los manda que se aproxime sin temor, pues estoy solo.
El capitán Estrada y los dos soldados habían quedado atrás
-Ordene usted -dijo Lavalle al jefe de la fuerza enemiga- que un hombre vaya a avisarle a su jefe que aquí está el general Lavalle, y que necesita un baqueano que lo acompañe al campamento del general Rosas.
El oficial obedeció como si se tratara del propio Rosas.
Al rato apareció el jefe de la fuerza; echó pie a tierra y, con el sombrero en la mano, saludó al general Lavalle, quien también había desmontado.
Una hora y media después llegaban al campamento. En el silencio de la oscura noche de invierno, los gauchos de Rosas dormían tranquilamente.
Un oficial superior le salió al encuentro.
-Diga usted al general Rosas que el general Lavalle desea verlo al instante.
El oficial se conmovió de pies a cabeza, pero cuadrado y respetuoso pudo responder que el general no se encontraba en ese momento allí.
Lavalle pidió unos mates, y en silencio, sentado en un banquito bajo el alero de la casa, mientras era observado por los soldados de Rosas, los tomó. Al rato dijo al oficial que lo recibiera,
-Indíqueme usted el alojamiento del general.
Y al llegar a la pieza de Rosas, agregó:
-Bien, .puede usted retirarse; estoy bastante fatigado y tengo el sueño ligero.
Sin quitarse las espuelas ni las botas, se arrojó sobre el lecho, conciliando a poco un sueño profundo.
Cuando Rosas estuvo de regreso, el oficial de servicio en el vivac le dio cuenta que Lavalle estaba solo y durmiendo en su propio lecho, y aquél, a pesar de que sabía dominar sus impresiones, no pudo reprimir algo así como la tentativa de un sobresalto.
Rosas se dirigió lentamente a su alojamiento y al entrar ordenó que dos jefes de su mayor confianza quedasen encargados de que no hubiera ruido alguno mientras durmiese Lavalle, y de que cuando lo sintieran levantado le avisaran sin demora. Cuando recibió el mensaje, Rosas le envió un mate y el aviso de que iba a verle y a tener el gran placer de abrazarle.
Cuando los dos generales se encontraron se abrazaron enternecidos. 
 Según la leyenda, Lavalle llegó al campamento de Rosas antes de tiempo y, cansado, se tendió en el catre de su anfitrión. Una criada, encargada de preparar la lechada -leche caliente con azúcar que se agregaba al mate-, consideró esa actitud una afrenta a su amo y corrió a llamar a la guardia. El brebaje lácteo, olvidado al fuego, algo deshidratado y algo quemado, se convirtió en el hoy famoso dulce.   

José María Rosa

Nació en la ciudad de Buenos Aires, el 20 de agosto de 1906. De origen conservador. Con tan solo 20 años se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Con la Revolución del 6 de septiembre de 1930, que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, fue nombrado Director General de Rentas en la provincia de Santa Fe.
Luego de colaborar intensamente en la campaña presidencial de Lisandro de la Torre, al producirse la victoria del General Agustín P. Justo, en 1932 -por fraude político-, regresó a Santa Fe, donde obtuvo la cátedra de Historia de las Instituciones, en la Universidad. Es designado, además, Juez de Paz.
En 1936, Manuel de Iriondo ganó la gobernación de Santa Fe y lo nombró Subsecretario de Gobierno.
El 15 de junio de 1938 se fundó el Instituto de Estudios Federalistas, cuyo presidente fue Alfredo Bello, ocupando José María Rosa el cargo de vicepresidente. Este fue el núcleo inicial de la escuela revisionista.
Al poco tiempo, ganó por concurso una cátedra de Historia de las Instituciones en la Universidad de La Plata, ejerciéndola “ad honoren”.
Finalizada la segunda guerra mundial comenzó a ser perseguido por su condición de nacionalista y rosista. Por entonces, decidió radicarse definitivamente en Buenos Aires, donde encuentra su verdadera vocación docente.
En 1942 salió su primer libro de historia argentina: “Defensa y pérdida de nuestra independencia económica”, denunciando el comercio libre como factor de sometimiento al capital inglés. En 1946, apoyó en las elecciones del 4 de febrero a Perón, desde la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN). El triunfo de la autodenominada “Revolución Libertadora” lo encontró viviendo en la ciudad de La Plata, con cátedras en el secundario y la universidad. Lo dejaron cesante y también lo encarcelaron por dar refugio a su amigo y compañero John William Cooke. Pasó 70 días en prisión, 35 de ellos incomunicado.
Al salir de la prisión, descubre que ha sido dejado cesante en sus cátedras universitarias y secundarias.
Se incorpora a la conspiración encabezada por el General Juan José Valle, en 1956. Fracasada la intentona lo buscaron para fusilarlo, pero logró asilarse en Montevideo, Uruguay, donde ocupó su tiempo en los archivos preparando lo que fue su obra cumbre “La caída de Rosas”, publicado en Madrid en 1958. Es invitado a ocupar un cargo en el Instituto de Estudios Políticos de Madrid, donde publicó “Del municipio indiano a la Provincia Argentina”, en base a una serie de conferencias dictadas en la Universidad de Salamanca.
Con la llegada del Dr. Arturo Frondizi a la Presidencia de la Nación, regresó a la Argentina, retomando su intensa actividad. Es convocado por el director del Semanario Mayoría, como columnista, allí publicó una serie de artículos sobre “La verdadera historia de la Guerra del Paraguay”. Fue nombrado nuevamente Presidente del Instituto de Investigaciones “Juan Manuel de Rosas”, hasta 1965, fecha en que presentó su renuncia por divergencias entre peronistas y antiperonistas.
En la década del sesenta aporta nuevas investigaciones: “Artigas” (folleto, 1960), “El pronunciamiento de Urquiza” (1960), “El revisionismo responde” (1964), Rivadavia y el imperialismo financiero” (1964), “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas” (1967), “Estudios revisionistas” (1967) e “Historia del revisionismo y otros ensayos” (1968). Convencido de que la tarea de reivindicación de la figura del restaurador de las leyes, estaba realizada, se radica en Montevideo. Durante su estadía en Uruguay escribe la última parte de la “Historia Argentina” (en total, trece tomos). Al mismo tiempo, continúa su actividad de conferencista en diversos lugares y ejerce el periodismo en revistas y periódicos nacionales.
El 17 de noviembre de 1972, integró la comitiva del avión charter que trajo a Perón del exilio luego de tantos años de lucha. Para entonces ya se han publicado los 13 tomos de su Historia Argentina a los que luego de su muerte se le agregarán cuatro más.
Después del triunfo electoral del 11 de marzo de 1973 y luego de asumir el gobierno el 25 de mayo del mismo año, Perón en persona, lo nombró embajador en Paraguay; pero cuando este fallece en julio de 1974, Rosa tiene problemas con el canciller Alberto Vignes y opta por dejar Asunción y aceptar la embajada Argentina en Grecia. Luego del golpe militar del 24 de marzo de 1976 volvió a la Argentina; sus libros son sacados de las bibliotecas y no se hallaban en las librerías. El viejo gladiador no se resignó y con el tiempo asumió la dirección de la revista “Línea” una clara voz opositora a la dictadura militar y única manera en un momento en que “desaparecía” gente todos los días, de mantener viva la llama del pensamiento nacional y popular.
Con el regreso de las formas democráticas a nuestro país, editó en 5 tomos, “Perón. Treinta años que conmovieron la política Argentina”. En 1987, la Municipalidad de Buenos Aires lo distinguió con el título de “Ciudadano Ilustre”.
José María “Pepe” Rosa murió el 2 de julio de 1991 sin poder concretar su gran sueño: un manual de Historia Argentina para las escuelas.

LA CASA DE GARDEL SE VISTIÓ DE FIESTA A 121 AÑOS DE SU NACIMIENTO

El domingo 11 de Diciembre, Día Nacional del Tango en conmemoración al nacimiento del cantor emblemático e indiscutido del género y al de Julio De Caro, (revolucionario del 2x4) la casa que Carlos Gardel le compró a su madre fue escenario de lujo para celebrar la fecha junto a nuevos valores del tango.
GABY
Con importante afluencia de público y por iniciativa de la Sub-Secretaría de Cultura del Gobierno de la ciudad desde las 17 hs desfilaron numerosos jóvenes por el patio interno de la "casa chorizo" sita en calle Jean Jaurés 735 de la Capital Federal, hoy Museo Casa Carlos Gardel.
GABY Y ALICIA POMETTI
Alberto Peinado, Alicia Pometti, Jorge Córdoba, Laly Martinez, Nazareno Altamirano (guitarra), Sergio Veloso, los bailarines Julio y Adriana, el ganador del certamen Hugo del Carril 2011 Sergio Veloso, Lulú y Gaby “La Voz Sensual del Tango” fueron los artistas que ofrecieron su talento para homenajear al zorzal criollo, nada menos que en el mismo patio donde mateaba con su madre.
Otro festejo paralelo se vivió aquella tarde de domingo ya que la cantante Lulú también celebra su santo el 11 de diciembre. Esta simpática cantante arrabalera que recuerda a Tita Merello en su decir fue la encargada de poner broche de oro a la calurosa tarde tanguera.
Antes, Gaby emocionó  a los presentes con tangos como Una emoción, la milonga El Zorzal, Revolver (estos últimos de Dorita Zárate y Jairo-Salzano respectivamente, dedicados a Carlos Gardel) y Tomo y obligo.
Sin duda el lugar fue intimidante para los jóvenes tangueros por su carga simbólica y emotiva, todos aseguraron sentirse elogiados por la convocatoria en un día tan importante y en el lugar más ligado al morocho del abasto. Por su parte el público demostró respeto y satisfacción ante las diferentes propuestas de los artistas.
LULU
El inmueble  de la sede del Museo Casa Carlos Gardel fue adquirido por Carlos Gardel para su madre, Berta Gardés, en 1927, a través de un crédito del Banco Nación. Allí vivieron juntos hasta 1933, último año de la estancia del cantante en Buenos Aires antes de viajar a Francia. Desde entonces, su madre compartió la vivienda con su amiga Anaís Beaux y el compañero de ésta, Fortunato Muñiz, quienes la habían empleado en su taller de planchado cuando llegó al país. Al morir Berta, en 1943, la casa quedó en manos de Armando Defino, último representante de Gardel.
Hoy puede disfrutarse allí de una importante colección de objetos originales del mítico cantor como así también sectores especiales dedicados a sus guitarristas, a Tita Merello y otros importantes exponentes del tango.