Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados” (Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Jackson, Inc. Buenos Aires) (AGM-PLA.p.165)
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“No teniendo militares en regla, se daban jefes nuevos, sacados de su seno. Como todos los jefes populares, eran simples paisanos las maás veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuerte del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la independencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudillos: elementos de la guerra del pueblo: guerra de democracia, de libertad, de independencia”. (Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Edit. Garnier Hnos. Bibl. de Grandes Autores Americanos, París).(AGM-PLA.p.173)
Entre la correspondencia cruzada entre Rosas y Quiroga, se definen sus posiciones políticas:
“Ud sabe– le decía Quiroga -, porque se lo he dicho muchas veces, que no soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y yo respeto demasiado la voluntad de los pueblos, constantemente pronunciada por el sistema de Gobierno Federal, por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República…” y agrega “…es justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o pretenda en contrario será violentarlos, y aún cando se consiguiese por el momento lo que se quiere, no tendría consistencia, porque nadie duda que lo que se hace por al fuerza, o arrastrado de su influjo, no puede tener duración, siempre que sean contra el sentimiento general de los pueblos” (Carta de Quiroga a Rosas. Tucumán 12 de enero de 1832. Enrique M. Barba. Correspondencia de Rosas y Quiroga en torno a la organización nacional. La Plata 1945)
Rosas le responde: “…cuando veo el respeto que ha consagrado a la voluntad de los pueblos pronunciados por el sistema federal, me es Ud. más apreciable. Por ese respeto, que creo la más fuerte razón de convencimiento, yo soy federal y lo soy con tanta más razón, cuando estoy persuadido de que la federación es la forma de gobierno más conforme a los principios democráticos con que fuimos educados en el estado colonial…” (Carta de Rosas a Quiroga. Borrador de Maza con correcciones y adiciones de Rosas. Arch. Gral. de la Nación, S.5,c.28,A a, A 1) (AGM. Proceso al liberalismo Argentino. p.219)
Juan Facundo Quiroga, caudillo y militar, fue uno de los máximos exponentes del federalismo argentino, nació en San Antonio de los Llanos (La Rioja) en 1788.
Sus padres fueron José Prudencio Quiroga (sanjuanino) y Juana Rosa de Argañaraz (riojana), criollos de ilustre abolengo hispano, siendo descendiente por los Quiroga (casa con solar originario de Galicia) de los reyes visigodos Reciario II y Recaredo I “el Católico” y de varios guerreros que participaron en la conquista del Nuevo Mundo.
Por línea materna descendía de los Argañaraz, familia de alta estirpe establecida en La Rioja, descendiente del conquistador Francisco de Argañaraz y Murguía quien fundó San Salvador de Jujuy en 1593 y que fue también antepasado del general Martín Miguel de Güemes.
A los 20 años, Facundo es encargado por su padre de la administración y conducción de sus arrias de ganado, viajando por Mendoza, San Luis, Córdoba y otras provincias. En 1812 pierde el ganado de su padre en el juego y para lavar esta afrenta decide enrolarse en el ejército junto al coronel Manuel Corvalán, quien reclutaba soldados para el Ejército Grande del general San Martín en Buenos Aires.
Facundo ya alistado en la compañía de infantería que estaba al mando del capitán Juan Bautista Morón, permaneció un mes recibiendo instrucción militar, hasta que el comandante Corvalán consigue que se le dé la baja por pedido de Prudencio Quiroga, quien perdona a su hijo de ese error de juventud.
En 1814 se casa con María de los Dolores Fernández y Sánchez, señorita de la sociedad riojana, pero sigue viviendo en casa de sus padres en San Antonio.
Los generales Belgrano y San Martín reciben grandes colaboraciones de Quiroga, quien le remite ganado e insumos destinados a la guerra emancipadora, obteniendo el riojano el título de “Benemérito de la Patria”.
El 31 de enero de 1818 es nombrado Comandante Militar de los Llanos, reemplazando a Fulgencio Peñaloza. Por esos tiempos el prestigio de Quiroga es inmenso en toda la región. A él acuden todos los paisanos que necesitan algo de cualquier especie que sea: ayuda pecuniaria, protección contra una injusticia, recomendación para el gobierno, certificación de hombría de bien.
En ese escenario, en su condición de hombre más rico de Los Llanos y de Comandante Militar de las Milicias, pronto comenzará a actuar Facundo Quiroga, cuyo nombre y cuyas hazañas no han de tardar en recorrer todos los caminos de la República, llenándolos de admiradores y de asombro.
En el mes de diciembre de 1818, recibe orden del gobierno riojano de marchar a Córdoba por asuntos de su cargo militar y también por sus negocios de hacendado.
A fines de enero de 1819, regresa a La Rioja cruzando la provincia de San Luis. Cuando llega a esta ciudad, es detenido por el gobernador Dupuy por causa de desconfianza y recelos hacia su persona. Allí permanece alojado en el cuartel. Mientras dura su detención, el 8 de febrero se produce la sublevación de los prisioneros realistas presos en San Luis. Son todos oficiales y altos jefes del ejército hispano vencidos en Salta, Chacabuco y Maipú. Facundo ayuda a reprimir este movimiento y se lo manda poner en libertad.
En esos tiempos es felicitado por Tomás Godoy Cruz por su participación en la lucha contra la banda de los Carrera, y en carta del 24 de noviembre de 1820 le expresa:
“Puede usted gloriarse del haber merecido esta distinción en el suceso de San Antonio en que, según instruido por el señor gobernador de La Rioja, ha tenido usted una parte principal, cortando las alas a los muchos Carrera de la provincia de Cuyo y excusando, a más de cien mil habitantes el consecuente sobresalto por tal banda de salteadores y asesinos, pues a tales extremos habrá necesariamente conducido a la tropa el frenesí y perversidad de su desnaturalizado y execrable jefe”.
En 1823 es elegido gobernador de su provincia y extendió su influencia a las provincias vecinas.
Con la llegada de Bernardino Rivadavia a la Presidencia en 1826, se establece un sistema unitario que viola las autonomías provinciales. Con empresarios londinenses ha creado varias entidades comerciales, industriales y de fomento. Una de ellas es la “River Plate Agricultural Association” y la otra es la “River Plate Mining Association”. La primera tendrá a cargo la explotación agrícola de las feraces tierras de la provincia de Buenos Aires, que por la ley de enfiteusis se cederán gratuitamente a la “River Plate Agricultural Association” para colonos ingleses. Mientras que la segunda se apoderará, también gratuitamente de las minas de plata de la Rioja, explotada por los riojanos con bastante éxito.
La oligarquía porteña apoya al nuevo gobernante y se mandan expediciones a reprimir a las provincias federales. En La Rioja el presbítero Castro Barros denuncia en la Sala de Representantes al gobierno de Rivadavia y a la persona misma del Presidente por su persecución a la Iglesia Católica. La Sala riojana resuelve no reconocer en esa provincia a Rivadavia como Presidente de la República, ni ley alguna emanada del Congreso General Constituyente, “hasta la sanción general de la Nación”, y declarar la guerra a toda provincia e individuo que atentase contra la religión católica.
El Congreso General era solamente “Constituyente”, y por lo mismo no podía tener la facultad ejecutiva de nombrar Presidente de la República. Además, de acuerdo con lo resuelto por el mismo Congreso, la Constitución debía ser previamente aprobada por las provincias, y ésta que se hacía regir había sido rechazada.
La Constitución unitaria de 1826 era centralista y establecía: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana, consolidada en unidad de régimen” (art. 7°); “en cada provincia habrá un gobernador que la rija, bajo la inmediata dependencia del Presidente de la República” (art. 130); “el Presidente nombra los gobernadores de las provincias” (art. 132).
Fue por indicación de Castro Barros, quien pasaba largas temporadas en casa de Facundo, y de cuya familia era una especie de capellán, que éste levantó su pendón con la inscripción de “Religión o Muerte”, que por otra parte se avenía perfectamente con el sentimiento del riojano, que era muy religioso y que diariamente leía los evangelios al extremo de saberlos de memoria.
Rivadavia envió a Tucumán al coronel Gregorio Aráoz de La Madrid para que organizara un contingente con el fin de reforzar el ejército que luchaba en la guerra que se había iniciado con el Brasil. La Madrid depuso al gobernador tucumano y se unió a los gobernadores de Salta y Catamarca, Arenales y Gutiérrez, formando una alianza contra el resto de las provincias que enfrentaban a Buenos Aires. Quiroga marchó contra La Madrid y lo venció el 27 de octubre de 1826 en la batalla de El Tala.
Ocupó después Tucumán y volcó la situación en el Noroeste argentino y Cuyo, controlando las provincias de Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza. Fue en esa batalla cuando Facundo enarboló por primera vez su bandera, respondiendo a un contexto que había llegado a identificar a los unitarios con la irreligión.
La Madrid en sus “Memorias”, la describe como una: “bandera negra con dos canillas y una calavera blanca sobre ellas y la siguiente inscripción: Rn. O. M. (Religión o Muerte)”. La calavera y las dos canillas no representaban la muerte física, como generalmente se cree, ni tampoco ninguna similitud con el pendón usado por los piratas, sino al cordero pascual, el Agnus Dei, el manso cordero que se sacrificó por los hombres y triunfó sobre la muerte. Es decir, significó religión o muerte eterna.
En carta a un amigo cuyo nombre no menciona, Quiroga afirma el 28 de enero de 1827 desde San Juan:
“¿que recelo puedo tener al poder, del titulado presidente, ni de cuantos conspiran en mi contra para hacerme desaparecer de sobre la tierra, y hacerse campo a la realización del inicuo proyecto de esclavizar las provincias y hacerlas gemir ligadas al carro de Rivadavia, para de este modo fácilmente enajenar el país en general y hacer también desaparecer la religión de Jesucristo, que igualmente es a donde se dirigen los esfuerzos del titulado presidente y sus secuaces? O de no ¿qué quiere decir esa tolerancia de cultos sin necesidad y esa extinción de los regulares? Pero acaso se dirá que esto no es minar por los cimientos el edificio grande que tanto costó al Salvador del mundo”.
El 5 de julio de 1827 se produce la batalla del Rincón de Valladares entre las tropas riojanas y santiagueñas al mando de Quiroga contra los unitarios mandados por La Madrid y sus aliados mercenarios colombianos de pésimos antecedentes. Tomadas por el anca, las caballerías de La Madrid se desarticulan, se atropellan, se enmarañan. Las lanzas riojanas y santiagueñas hacen un estrago espantoso. Una hora después el ejército federal, que parecía vencido, es dueño del campo, mientras no queda, de las fuerzas tucumanas, ninguna otra formación que un resto del escuadrón de colombianos al mando del célebre coronel Matute. Facundo, usando de una misma táctica, ha vencido nuevamente a La Madrid.
Celoso de su victoria, ordena al comandante Angel “Chacho” Peñaloza que persiga a La Madrid con los que huyen en dirección al norte. Dispone la asistencia a los heridos y la entrega de los cadáveres a sus deudos.
La Madrid escapa a Bolivia y pide asilo al general Sucre. Los caudillos y gobernadores de provincia, al ver alejado del gobierno a Rivadavia, se aprestaron a reconciliarse con Buenos Aires y a contribuir a la guerra contra el Brasil.
Tras el interinato de Vicente López en la presidencia, el 13 de agosto de 1827 asume como gobernador el coronel Manuel Dorrego, figura popular del partido federal.
Manuel Dorrego se apresuró a restablecer la concordia de la familia argentina; abrió comunicaciones con los caudillos Facundo Quiroga, Juan Bautista Bustos, Juan Felipe Ibarra y Estanislao López.
Dorrego propuso a los caudillos un tratado, mediante el cual se daría al país, por el órgano de un Congreso, una Constitución Nacional.
El 1° de diciembre de 1828 se sublevó, en la madrugada, la primera división del ejército a las órdenes del general Juan Lavalle. Pocos días después, el 13 de diciembre, Dorrego es fusilado en Navarro sin tener juicio previo y en forma contraria al derecho de gentes.
La noticia del fusilamiento de Dorrego consternó a la opinión pública. Los pueblos del interior se indignaron y los gobiernos hicieron oír sus protestas ante crimen tan alevoso. El general José María Paz toma Córdoba y entabla negociaciones con Facundo, pero éste apresta su ejército, con auxiliares de otras provincias, y se dispone a desalojar a Paz de Córdoba. Y nuevamente, labradores, gauchos llaneros, viñateros, carreteros, indígenas y morenos todos, vuelven a dejar sus herramientas de trabajo y formar el ejército de La Rioja a las órdenes de su caudillo, para enfrentar al ejército que atacaba las autonomías provinciales.
Los montoneros de Facundo son derrotados en la Tablada, el 23 de junio de 1829, conociendo la amargura de la derrota. Numerosos prisioneros riojanos son fusilados, entre ellos oficiales de alta graduación.
Paz derrota nuevamente a Quiroga en la batalla de Oncativo, el 25 de febrero de 1830. En esta batalla cae prisionero el general Félix Aldao, quien sufre humillaciones por parte del coronel unitario Hilarión Plaza quien lo hace montar en un burro y lo obliga a entrar así a la ciudad de Córdoba.
Facundo se establece en Buenos Aires y pide ayuda al gobernador Juan Manuel de Rosas, quien le facilita tropas. A comienzos de 1831 vence al coronel Pringles en Río Cuarto y a La Madrid en la Ciudadela, el 4 de noviembre. Con esta última victoria se pacifica todo el norte argentino y en diciembre del mismo año envía una circular a todos los gobernadores pidiéndoles apoyo en la guerra contra los salvajes, la que se llevó a cabo en 1833 con la Campaña al Desierto.
Respecto a las ideas constitucionales del riojano, éste en carta a Rosas del 4 de septiembre de 1832 afirmaba:
“No me mueve otro interés que el bien general del país. Primero es asegurar el país de la consternación en que lo tiene un enemigo exterior y bárbaro, que desarrollar los gérmenes de su riqueza a la sombra de las leyes que deben dictarse en medio de la tranquilidad y del sosiego, y verá aquí justificado su pensamiento en orden a la Constitución”.
En la Expedición al Desierto, Quiroga se hizo cargo de las divisiones del Centro y del Oeste, que confió a los generales Ruiz Huidobro y Aldao, combinada con la del general Rosas, ganando territorios para la soberanía nacional y rescatando numerosos cautivos.
En 1834 se instaló con su familia en Buenos Aires y frecuenta la sociedad porteña, trabando una gran amistad con Encarnación Ezcurra.
El 18 de diciembre de 1835, el gobierno porteño le encomienda una misión diplomática ante los caudillos de Salta y Tucumán, viajando hacia el norte. Rosas lo acompañó hasta la Hacienda de Figueroa (San Antonio de Areco), enviándole una carta con sus ideas sobre la organización nacional y le ofreció una escolta, pues había versiones de un plan para asesinar al caudillo riojano por parte de los hermanos Reinafé, que gobernaban Córdoba.
El 16 de febrero de 1835 Facundo fue asesinado en Barranca Yaco (Córdoba) junto al doctor José Santos Ortiz (ex gobernador de San Luis y figura prestigiosa del federalismo) y otros miembros de su comitiva, por una partida de sicarios al mando del capitán de milicias Santos Pérez. Un niño de 12 años, que sirve de postillón y llora aterrado, es degollado también. La galera en que viaja Quiroga es también internada en el monte; se borran con tierra las huellas de sangre y se saquea a los muertos. Allí mismo se reparten ropas y dinero. Cuando ya la tarde declina, la partida abandona el lugar del crimen. Durante la noche se desencadena una tormenta que borra todas las huellas. Por todo el país corre la noticia del asesinato del general Quiroga.
Poco después Rosas en carta a Estanislao López afirma: “Con respecto al infame atentado cometido en la persona del ilustre general Quiroga, ya estamos conformes con nuestro compañero el señor López, gobernador de Santa Fe sobre los poderosos motivos que hay para creer que la opinión pública no es equivocada al señalar por todos los pueblos que los unitarios son los autores y los Reinafé, de Córdoba, los ejecutores de tan horrendo crimen”.
La viuda del general Quiroga, reclama, el 8 de enero de 1836 el cadáver de su esposo. Rosas dispone que su edecán, el coronel Ramón Rodríguez vaya a Córdoba en busca de los restos mortales del caudillo riojano. Rodríguez marcha acompañado de una nutrida escolta y de una carroza, lo más suntuosa que fue posible construir, y toda pintada de rojo.
El 7 de febrero los restos mortales de Quiroga son depositados en la iglesia de San José de Flores, dictando el gobierno el consiguiente decreto por el cual se le rinden al difunto general honores apoteósicos. El 19 de febrero de 1836 su cadáver recibió un homenaje en la iglesia de San Francisco y fue trasladado al cementerio de la Recoleta.
En 1877, se erigió cerca del pórtico de la entrada un pequeño monumento de mármol blanco representado a una dolorosa con una placa que lleva la siguiente inscripción:
“Aquí yace el general Juan Facundo Quiroga. Luchó toda su vida por la organización federal de la República”.
Bibliografía:
PEDRO DE PAOLI, Facundo. Vida del brigadier general don Juan Facundo Quiroga víctima suprema de la impostura, Buenos Aires, 1952.
JORGE MARIA RAMALLO, La religión de nuestra tierra, Buenos Aires, 2006.
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