Luego de hacer morder el polvo de la derrota a su enemigo Juan Facundo Quiroga, por una de esas travesuras del azar que suelen modificar el curso de la historia, el general José María Paz tontamente había caído prisionero en manos del caudillo santafesino Estanislao López. Éste, en lugar de fusilarlo como era de usos y costumbres en la época, lo recluyó en un “inhóspito calabozo” por casi cinco años, según se queja amargamente el apresado en sus minuciosas memorias.
Otras evidencias demuestran, no obstante, que Paz, siendo el más importante hombre de armas unitario después de Juan Lavalle, disfrutó durante su cautiverio de un acogedor dúplex con todas las comodidades en un sector de la Aduana de Santa Fe, que fuera acondicionado para dar albergue al ilustre adversario. Conviene recordar que, por entonces, el gobernador López enarbolaba las banderas del federalismo y, por lo tanto, se hallaba en las antípodas del partido del cual el "Manco" Paz era figura prominente.
Tan mal no le habría ido al general Paz durante su estancia en la cárcel litoraleña, ni tan desconsiderados y rigurosos habrían sido sus carceleros, a quienes el preso describe, sin embargo, como “personas ignorantes y brutales” si se considera lo que le sucedió estando allí. En efecto, aunque se encontraba privado de la libertad y sometido a una celosa vigilancia, el prisionero encontró el modo de enamorar y comprometer en sagrado matrimonio nada menos que a su bella sobrina, Margarita Weild. La joven, alta, de cabellos claros, ojos azules y 24 años menos, acompañaba todas las tardes a doña Tiburcia Haedo, madre del recluso, durante las visitas de familiares que le autorizaban recibir.
Parece ser que en el curso de estos encuentros, mientras su progenitora se entretenía tejiendo mañanitas y transmitiéndole las novedades políticas provenientes de extramuros, don José María jugaba interminables partidas de chaquete (similar al juego de damas) con la muchacha. Así, mediante una eficaz retórica seductora, le fue informando sobre la desdichada situación que atravesaba y que –según él– lo convertía en un hombre doblemente prisionero. Por una parte, inhibido de disponer de su propia vida por encontrarse a merced de los “implacables” caudillos federales y, por la otra, su corazón se hallaba encadenado al sucumbir a la fresca e irresistible belleza de la joven pariente. Tantas partidas de damas se dejó ganar el general, que finalmente indujo a Margarita a contraer enlace. También convenció a su mamá y a la futura suegra; incluso logró el visto bueno del brigadier Estanislao López y de su intrigante ministro Cúllen. Argumentaba con vehemencia que debía casarse con la damisela antes que el insoportable encierro, la falta de contacto con la sociedad mundana y, especialmente, la antinatural continencia forzada, terminaran con su vapuleada salud.
Sin restarle mérito a la capacidad persuasiva del enamorado, había otra razón para explicar por qué el rudo caudillo del Litoral accedió a la inusitada solicitud marital, prodigando, además, un buen trato a su huésped mientras duró la estadía obligada de éste en dependencias del gobierno de Santa Fe. La clave de tan caballeresca conducta se encuentra en la fuerte rivalidad que existía entre López y Facundo Quiroga, a pesar de ser ambos aliados en la causa federal. Los dos caudillos competían políticamente, disputándose la preferencia de las masas adictas y las montoneras. En aras de incomodar a su contrincante, el santafesino decidió mantener en jaula de oro al único militar que había conseguido humillar, en los campos de batalla de La Tablada y Oncativo, al ascendente "Tigre de los Llanos". Estanislao López consideraba que, mientras el general Paz siguiese vivo y “bien atendido”, estaría jaqueado el liderazgo que pretendía atribuirse Quiroga en el seno de las provincias argentinas. Por eso respetó al vencido José María Paz y, con un gesto de humanidad insólito para la época, permitió que concretara su boda en la prisión. Sabía que su comportamiento magnánimo con el reo producía tremendos escozores de odio en el caudillo riojano.
Y así fueron posibles los esponsales. Un poco en secreto y un poco con la complicidad de guardias y funcionarios, el 31 de marzo de 1835 el general Paz se casó en el pabellón carcelario con su sobrina, la cual, a partir de entonces, fue autorizada a convivir con el presidiario y a honrar el tálamo nupcial. A la vieja, que había servido de celestina, ya no la recibían tan seguido como antes; era un poco latosa y, además, ¿ a quién le importaba ahora lo que ocurría afuera de la prisión?
De ese modo, en aquellas interminables veladas de cautiverio compartido, los gemidos y grititos de felicidad conyugal, que surgían del lecho de la histórica pareja, se mezclaban con los alaridos de dolor e imploraciones de clemencia que proferían en incomprensibles dialectos los demás prisioneros, en su mayoría indígenas indómitos de la región que no recibían tratamiento vip de ningún tipo. Por el contrario, pared de por medio con la celda ocupada por el matrimonio Paz, decenas de indios detenidos eran sometidos noche a noche a tormentos sistemáticos, a veces hasta la extenuación final, o bien, como antesala de su ejecución en el patio de la aduana-prisión apenas despuntaba el alba.
Por su parte, el militar unitario había sospechado, desde el primer momento, que el buen trato recibido en la prisión formaba parte de una chicana para fastidiar a su mayor adversario, el caudillo federal de La Rioja. Por eso, cuando Facundo Quiroga fue asesinado en Barranca Yaco, el "Manco" Paz temió seriamente por su vida. López, por el contrario, respetó al cautivo aunque éste ya no fuera de utilidad para sus tejemanejes; eso sí, lo envió –con mujer embarazada y pertenencias– a continuar el encierro forzado en la localidad bonaerense de Luján, donde quedó bajo la custodia de Rosas. Allí habría de permanecer recluido cinco años más hasta que, habiendo sido autorizado a residir en la ciudad de Buenos Aires, un día se fugó al Uruguay.
Cosas del amor, de las grandezas y miserias humanas, de las intrigas políticas, de los avatares de la vida y de la crudeza de la muerte en tiempos duros, feroces y contradictorios, en tiempos de sangre nativa derramada a raudales.
Otras evidencias demuestran, no obstante, que Paz, siendo el más importante hombre de armas unitario después de Juan Lavalle, disfrutó durante su cautiverio de un acogedor dúplex con todas las comodidades en un sector de la Aduana de Santa Fe, que fuera acondicionado para dar albergue al ilustre adversario. Conviene recordar que, por entonces, el gobernador López enarbolaba las banderas del federalismo y, por lo tanto, se hallaba en las antípodas del partido del cual el "Manco" Paz era figura prominente.
Tan mal no le habría ido al general Paz durante su estancia en la cárcel litoraleña, ni tan desconsiderados y rigurosos habrían sido sus carceleros, a quienes el preso describe, sin embargo, como “personas ignorantes y brutales” si se considera lo que le sucedió estando allí. En efecto, aunque se encontraba privado de la libertad y sometido a una celosa vigilancia, el prisionero encontró el modo de enamorar y comprometer en sagrado matrimonio nada menos que a su bella sobrina, Margarita Weild. La joven, alta, de cabellos claros, ojos azules y 24 años menos, acompañaba todas las tardes a doña Tiburcia Haedo, madre del recluso, durante las visitas de familiares que le autorizaban recibir.
Parece ser que en el curso de estos encuentros, mientras su progenitora se entretenía tejiendo mañanitas y transmitiéndole las novedades políticas provenientes de extramuros, don José María jugaba interminables partidas de chaquete (similar al juego de damas) con la muchacha. Así, mediante una eficaz retórica seductora, le fue informando sobre la desdichada situación que atravesaba y que –según él– lo convertía en un hombre doblemente prisionero. Por una parte, inhibido de disponer de su propia vida por encontrarse a merced de los “implacables” caudillos federales y, por la otra, su corazón se hallaba encadenado al sucumbir a la fresca e irresistible belleza de la joven pariente. Tantas partidas de damas se dejó ganar el general, que finalmente indujo a Margarita a contraer enlace. También convenció a su mamá y a la futura suegra; incluso logró el visto bueno del brigadier Estanislao López y de su intrigante ministro Cúllen. Argumentaba con vehemencia que debía casarse con la damisela antes que el insoportable encierro, la falta de contacto con la sociedad mundana y, especialmente, la antinatural continencia forzada, terminaran con su vapuleada salud.
Sin restarle mérito a la capacidad persuasiva del enamorado, había otra razón para explicar por qué el rudo caudillo del Litoral accedió a la inusitada solicitud marital, prodigando, además, un buen trato a su huésped mientras duró la estadía obligada de éste en dependencias del gobierno de Santa Fe. La clave de tan caballeresca conducta se encuentra en la fuerte rivalidad que existía entre López y Facundo Quiroga, a pesar de ser ambos aliados en la causa federal. Los dos caudillos competían políticamente, disputándose la preferencia de las masas adictas y las montoneras. En aras de incomodar a su contrincante, el santafesino decidió mantener en jaula de oro al único militar que había conseguido humillar, en los campos de batalla de La Tablada y Oncativo, al ascendente "Tigre de los Llanos". Estanislao López consideraba que, mientras el general Paz siguiese vivo y “bien atendido”, estaría jaqueado el liderazgo que pretendía atribuirse Quiroga en el seno de las provincias argentinas. Por eso respetó al vencido José María Paz y, con un gesto de humanidad insólito para la época, permitió que concretara su boda en la prisión. Sabía que su comportamiento magnánimo con el reo producía tremendos escozores de odio en el caudillo riojano.
Y así fueron posibles los esponsales. Un poco en secreto y un poco con la complicidad de guardias y funcionarios, el 31 de marzo de 1835 el general Paz se casó en el pabellón carcelario con su sobrina, la cual, a partir de entonces, fue autorizada a convivir con el presidiario y a honrar el tálamo nupcial. A la vieja, que había servido de celestina, ya no la recibían tan seguido como antes; era un poco latosa y, además, ¿ a quién le importaba ahora lo que ocurría afuera de la prisión?
De ese modo, en aquellas interminables veladas de cautiverio compartido, los gemidos y grititos de felicidad conyugal, que surgían del lecho de la histórica pareja, se mezclaban con los alaridos de dolor e imploraciones de clemencia que proferían en incomprensibles dialectos los demás prisioneros, en su mayoría indígenas indómitos de la región que no recibían tratamiento vip de ningún tipo. Por el contrario, pared de por medio con la celda ocupada por el matrimonio Paz, decenas de indios detenidos eran sometidos noche a noche a tormentos sistemáticos, a veces hasta la extenuación final, o bien, como antesala de su ejecución en el patio de la aduana-prisión apenas despuntaba el alba.
Por su parte, el militar unitario había sospechado, desde el primer momento, que el buen trato recibido en la prisión formaba parte de una chicana para fastidiar a su mayor adversario, el caudillo federal de La Rioja. Por eso, cuando Facundo Quiroga fue asesinado en Barranca Yaco, el "Manco" Paz temió seriamente por su vida. López, por el contrario, respetó al cautivo aunque éste ya no fuera de utilidad para sus tejemanejes; eso sí, lo envió –con mujer embarazada y pertenencias– a continuar el encierro forzado en la localidad bonaerense de Luján, donde quedó bajo la custodia de Rosas. Allí habría de permanecer recluido cinco años más hasta que, habiendo sido autorizado a residir en la ciudad de Buenos Aires, un día se fugó al Uruguay.
Cosas del amor, de las grandezas y miserias humanas, de las intrigas políticas, de los avatares de la vida y de la crudeza de la muerte en tiempos duros, feroces y contradictorios, en tiempos de sangre nativa derramada a raudales.
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