miércoles, 1 de agosto de 2012

La muerte de Güemes por Adolfo Saldías

El 7 de junio de 1821 las fuerzas realistas que todavía combatían en el territorio entraron en la ciudad de Salta e hirieron de muerte a Martín Miguel de Güemes, quien con sus gauchos había defendido la frontera norte de múltiples invasiones españolas. San Martín destacó sus esfuerzos: "Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado”. Güemes moriría diez días más tarde, el 17 de junio de 1821  en la Cañada de la Horqueta. Para recordarlo, hemos seleccionado un fragmento del libro Historia de la Confederación Argentina, Rozas y sus campañas, de Adolfo Saldías, donde relata los últimos momentos del gaucho Güemes.
Fuente: SALDÍAS, Adolfo, Historia de la Confederación ArgentinaRozas y sus campañasTomo I, Buenos Aires, Orientación Cultural Editores S.A., 1958, págs. 120-124.
Don Martín de Güemes había sido el antemural en que se estrellaron los realistas en sus varias invasiones por el norte. Los gauchos de Salta, a sus órdenes, habían salvado la causa de la revolución en 1816, dando nervio a las deliberaciones del Congreso reunido en Tucumán, y en 1819, después de la retirada del ejército del general Belgrano. Por el contrario, don Bernabé Aráoz había comprometido esa causa cuando los realistas se hallaban en las fronteras del norte, y había proclamado un absurdo de República Tucumana, con el objeto de crearse un poder fuerte y con prescindencia de la patria común que en vano reclamaba sus auxilios. Güemes veía en Aráoz un peligro igual o mayor al que le amenazaba de parte de los realistas. No sólo le negó siempre todo auxilio en la guerra que con sus solos recursos sostenía Güemes contra los realistas, sino que trabajó por derrocarlo del gobierno de Salta en combinación con los aristócratas y godos de esa provincia, quienes en odio al generoso republicano habían llegado hasta abrir negociaciones en el general Olañeta, para que viniese a apoyarlos con sus soldados.1
Cuando el general San Martín lo nombró jefe del ejército de observación que debían entrar en el Alto Perú y cooperar a la expedición de Lima, Güemes solicitó nuevamente auxilio a Aráoz. Éste se negó. Entonces Güemes se puso de acuerdo con el coronel don Felipe Ibarra que acababa de ser nombrado gobernador de la nueva provincia de Santiago del Estero, y con el coronel Heredia que pretendía el gobierno de Tucumán, para destruir a Aráoz que a su vez trabajaba abiertamente para reconcentrar en sus manos el poder de las provincias del norte. Mientras Güemes se lanzaba a esta campaña, el general realista Olañeta llevaba una octava invasión a Salta, al frente de dos mil soldados. Olañeta se fue sobre Jujuy en abril de 1821 y adelantó su vanguardia a las órdenes del coronel Marquiegui. El gobernador delegado de Güemes, don José Ignacio de Gorriti, le salió al encuentro con una división de gauchos milicianos, y después de algunos combates parciales rindió a discreción dicha vanguardia en la quebrada de Humahuaca tomando entre los prisioneros al mismo Marquiegui.2
Simultáneamente, Güemes era derrotado por Aráoz; y sus adversarios de Salta, de acuerdo con este último, aprovechaban el momento para deponerlo del mando. Al efecto convocaron al pueblo a cabildo abierto el día 24 de mayo de 1821; leyeron un manifiesto sobre “la execrable conducta del gobernante”, y declararon que cesaba la guerra con Tucumán. En reemplazo de Güemes se nombró gobernador a don Saturnino Saravia y comandante general de milicias al coronel Antonio Fernández Cornejo.3 Cuando Güemes supo esto dejó la campaña donde reunía nuevas fuerzas y se dirigió con una pequeña escolta a la ciudad de Salta. El vecindario armado y algunos escuadrones de gauchos lo esperaron en línea de batalla, en el campo de Castañares. Fiado en el prestigio de su presencia, y como si todo ese aparato no tuviera más objeto que el de deferirle una ovación, Güemes avanzó sobre sus gauchos. Los nobles gauchos, habituados a vencer a los realistas bajo las órdenes de su ínclito jefe, levantaron las armas al grito de “¡viva Güemes!” y la ovación le difirieron en efecto, acompañándolo hasta la ciudad, mientras los revolucionarios corrían a ocultarse. Pero esta precaución era inútil, como quiera que Güemes jamás ejerciera venganzas sobre las personas ni cometiera actos sanguinarios. En esta ocasión Güemes manifestó su enojo tan sólo golpeándose con el rebenque en el guardamonte de su apero: lo único que hizo fue pedirles a los ricos aristócratas algún dinero que repartió entre sus fieles gauchos.4
En persecución del plan combinado con estos aristócrata que mantenían la política reaccionaria de la revolución argentina, el general Olañeta había desprendido al coronel Valdez (Barbaducho) para que se internase con 800 hombres en las ásperas serranías de Tacones; y para que descendiendo por un despeñadero peligroso que hay como a quince minutos de la ciudad de Salta, ocupase a ésta por la noche. Olañeta se movía entre tanto con el grueso de su ejército hacia Oruro, para volver sobre la marcha oportunamente, llegar hasta la misma quebrada de Humahuaca y acabar de efectuar la ocupación.5
Valdez verificó esta atrevida operación sin ser sentido. En la media noche del 7 de junio de 1821 sus partidas llegaban a la plaza de Salta. Güemes había bajado de su campamento a la ciudad y despachaba a esa misma hora en la casa de su hermana doña Magdalena. Uno de sus ayudantes cruzó la plaza. La partida realista le dio el ¡quién vive!, y al responderle: ¡la patria! le hicieron fuego. Al ruido de las detonaciones, Güemes montó a caballo y se dirigió a la plaza seguido de su escolta. Un otro ¡quién vive! lo detuvo, y en pos de su respuesta de –¡la patria! hiciéronle una fuerte descarga. Güemes se retiró para ganar la campaña, pero otra partida realista que venía a sus espaldas, le hizo una nueva descarga, la cual le alcanzó; y sus fieles soldados lo condujeron al campamento del Chamical donde murió pocos días después.6
Así acabó ese insigne guerrillero argentino que batalló sin cesar por la independencia de su patria, con los recursos que él solo se buscaba y sin recibir otros estímulos que los de Belgrano, que lo amaba, y los de San Martín, cuya mirada de águila alcanzaba el genio, donde quiera que se alzase para vencer en la lucha más grande que se ha suscitado en este siglo. Vivir como vivió Güemes de las grandiosas palpitaciones de su patria, y morir por ella después de consagrarla todos sus afanes, en una virtud envidiable que atenúa todos los errores caídos en esa peregrinación de gloria imperecedera. La prensa contemporánea, inspirada por los émulos o por los antirrepublicanos, cubrió de injurias el sudario de Güemes a la vez que ¡mísera! defirió palmas a los traidores a la patria. “Acabaron para siempre los dos grandes facinerosos, Güemes y Ramírez (escribían de Córdoba y transcribía La Gaceta de Buenos Aires). Murió el abominable Güemes…al huir de la sorpresa que le hicieran los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Sabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos…”.7
La posterioridad ha hecho justicia a Güemes. El general Paz tan exacto y severo en sus juicios, como parco en elogios, dice, que “bajo el mando de Güemes la heroica provincia de Salta fue un baluarte incontrastable de la República toda. Esos gauchos con pequeñísima disciplina resistieron victoriosamente a los aguerridos ejércitos españoles. Pezuela, Serna, Canterac, Ramírez, Valdez, Olañeta y otros afamados generales españoles intentaron vanamente sojuzgarlos. Si Güemes cometió grandes errores, sus enemigos domésticos nos fuerzan a correr un velo sobre ellos, para no ver sino al campeón de nuestra Independencia y al mártir de la patria.”8
El doctor Vicente Fidel López, dice9: “…en 1816, Güemes había salvado a la América del Sur, detenido a la España en las últimas barreras que le quedaban por vencer. Cuando ya todo lo había avasallado, desde Panamá hasta Chiloé, desde Venezuela a Tarija, Güemes solo era el que había contenido el empuje aterrador de esas victorias, defendiendo con sus heroicos salteños el nido donde estaban formándose las águilas que muy pronto iban a alzar el vuelo con San Martín.”
1 Véase lo que dice el general Paz en sus Memorias, tomo II, página 54.
2 Carrillo, Historia Civil de Jujuy.
3 Los documentos que se refieren a estos sucesos están publicados íntegros en la Gaceta de Buenos Aires del 19 de julio de 1821. El acta del Cabildo está firmada por Saravia, López (Manuel Antonio), Usandivaras, Arias (Alejo), Sola Echasú, Uriburu (Dámaso); y en el oficio en que este cabildo comunica al gobernador de Tucumán el suceso de la deposición de Güemes hay estas palabras arrancadas a la más negra ingratitud: “Al cabo la patria ha enjugado las lágrimas que le hizo verter un hijo ingrato, oprobio del sur: llegó el feliz día en que terminaron sus execrables excesos que horrorizan el corazón más helado: sacudió en fin esta provincia el abominable yugo del cruel Güemes!”.
4 Referencias de un antiguo vecino de Salta.
5 Memorias de Paz, tomo II, pág. 55.
6 Memorias de Paz, tomo II, pág. 55.
7 Véase La Gaceta del 19 de julio de 1821.
8 Memorias póstumas de Paz, tomo II, pág. 56.
9 Véase lo que dice el general Mitre en sus Rectificaciones históricas, pág. 64 y el doctor Joaquín Carrillo –Historia  Civil de Jujuy, pág. 359.

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