Culto y sentimental, fue un escritor (poeta, novelista, dramaturgo) que confesó "no haberse quedado con las ganas de nada". Hijo de un boyero y hermano de otros diez, a instancias de su compañero de trabajo en el Consejo de Educación, el famoso Leopoldo Lugones, se ilustró con autores tan disímiles como Evaristo Carriego, Rubén Darío y Gabriele D'Annunzio. Muy joven gozó de la fortuna de componer letras durante el glorioso auge tanguero en Europa. Si bien Gardel le grabó más composiciones que a nadie (23 temas, el primero en 1925), su jactancia era no tener siquiera una foto con él: "Mis fotos son mis tangos". Sin dudas, junto a los dos Homero (Manzi y Expósito), Enrique Santos Discépolo, los Contursi (Pascual y José María, padre e hijo), Cátulo Castillo, su querido Celedonio Flores (a quien bautizó el "Rubén Darío del suburbio") y el poco valorado Alfredo Le Pera, integra la plana mayor que jerarquizó al tango canción.
Pero ninguno, entre estos talentos, ha plasmado con igual fecundidad, destreza y calidad tantos matices opuestos en un mismo cancionero. Cadícamo –el último grande, fortuitamente ido al finalizar el milenio y arribar una nueva era– fue a la vez ese gentleman refinado y displicente que paseaba su pelo rubio y sus ojos azules por los cabarés de la Europa cosmopolita posterior a la Gran Guerra, en una lujosa bohemia de voiturette, camisas de seda y zapatos de anca de potro; un amigo de la gente de la noche y de hombres de avería; el que vivió como soltero impenitente hasta bien pasados los 50 y aquel cajetilla que despreciaba la mediocridad de la burguesía porque tenía un alma dignamente popular salpicada con champán.
Recreó sentimientos de la sabiduría popular con ingenio desbordante, y gracias a sus viajes inacabables de un país a otro y a su inmersión en un idioma (el francés) que no era el suyo, asimiló una cultura omnívora. Leyó desde Píndaro y Virgilio hasta el apasionado Stendhal. Tal vez jamás había soñado compartir una edad de oro tan rica como aquélla del esplendor de París durante la Generación Perdida de Hemingway. Abierto a la vida rutilante y a la de los autoexiliados que no podían retornar por falta de plata, en su universo desfilaron cocottes, aristócratas, guapos, cuarteadores, pícaros y marginales de antes de la Gran Depresión y de siempre.
Si bien comenzó a los 16 con el sarcasmo lunfardo de Pompas de jabón (quizá asimilado del Malevo Muñoz), su visión era múltiple: trágica y comprensiva en el amor, de humor afilado y cínico sobre el hombre contemporáneo, escéptica frente a la utopía del progreso y melancólica en los alter ego que poblaron sus tangos, noctámbulos asiduos de los cafés, socarrones, mujeriegos y, por fuerza, solitarios.
Feroz observador de la especie humana, caminó "corriendo la suerte" de su fueye como testigo privilegiado del siglo y "haciéndose en tango" (al decir de Flores) con un lenguaje de esgrima que tal vez a los jóvenes les parezca de museo. Hijo de su tiempo, documentó distante la decadencia social apelando al machismo misógino; pero fue un adelantado al brindar a la mujer, ya en la década de 1930, el lugar de un igual con demandas a la tierna reflexión en Por la vuelta y La luz de un fósforo.
Una obra de múltiples vertientes
Huyendo a menudo del dolor (Quién dijo miedo), aferrado a la pasión amorosa le dedicó su obra. Empleó tres vertientes: la juvenil (Como un sueño), la alarmante del cabaret (Pa' que bailen los muchachos" y la mordaz del vividor. No rechazó a sus amigos malandras (Viejo grata, Punto alto, Descarte, Boleta) ni la confesión ingratamente autobiográfica (Hoy es tarde, Naipe, Viejas alegrías). Nunca aceptó desdeñar tampoco a la vejez (Ensueños, Hojarasca). Procuró retratar su época en El que atrasó el reloj: "¡De ésta no te salva ni el gong!/¡Guarda, que se me pianta la fiera!/Levantate e' la catrera/ que voy a quemar el colchón./¿Querés que me deschave/y diga quién sos vos?/¡Vos sos che, vagoneta/el que atrasó el reloj!".
Con su camarada y biografiado, el dandy Juan Carlos Cobián –pianista al que apodó "el Chopin del tango"– compuso varias fascinantes perlas románticas: Rubí, Nostalgias, La casita de mis viejos, Niebla del Riachuelo, Los dopados (titulado, luego, Los mareados). Escoltado por Troilo, definió como pocos la soledad en el 40 (Garúa" y colaboró con otras figuras de enorme talla, entre ellas el cantor Charlo (con los perdurables Ave de paso y Rondando tu esquina). Aún hoy se ignora que lo hizo con el misterioso Rosendo Luna, un músico que no fue otro que él mismo. Así, como su propio doble, firmó por ejemplo Por las calles de la vida.Para analizar las tristezas ciudadanas utilizó una técnica descriptiva (Anclao en París" y para el vicio femenino la ironía (Che, papusa, oí, Callejera, Muñeca brava). Más tarde pasó sin hesitar a los temas inconsolables (La que nunca tuvo novio, La novia ausente) y a homenajear unas cuartetas de Carriego en De todo te olvidas. ¿Alguien memora que Angel Vargas utilizó a Tres esquinas cual marca de fábrica?
Resurgió su raigambre nochera en Aquellas farras, Tres amigos y Copas, amigas y besos. Supo ridiculizar a ese hombre mediocre que rotuló José Ingenieros manejando la risa como pocos: Che, Bartolo, El llorón, y un minucioso Compadrón. Herido por la filosofía del que ha visto transcurrir la vida encima y no por su costado (Cuando tallan los recuerdos, Vieja recova", vomitó un imprevisto mensaje social en tono satírico (Al mundo le falta un tornillo), quizá precursor del Cambalache discepoliano: "Si habrá crisis, bronca y hambre/que el que compra diez de fiambre/hoy se morfa hasta el piolín". Escribió para el teatro con Félix Pelayo.
Además, publicó La historia del tango en París, El debut de Gardel en París y Mis memorias, entre otros. Dejó tres poemarios: Canciones grises (1926), La luna del bajo fondo (1940) y Viento que lleva y trae (1945).
Embajador infrecuente con modales de lord inglés, al soberbio creador de Almita herida y Niebla del Riachuelo se lo declaró en 1987, tardíamente, Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y, en 1996, Personalidad Emérita de la Cultura. Nos aguarda entre sueños en un café parisino con Madame Ivonne. Sería equitativo recordarlo con un poema escasamente conocido, Entrada prohibida: "Dicen que los hogares le prohibieron la entrada./Yo digo que la cosa pudo ser al revés./Fue el tango el que no quiso transar con la gilada,/le reventaba todo lo que fuera burgués".
Pero ninguno, entre estos talentos, ha plasmado con igual fecundidad, destreza y calidad tantos matices opuestos en un mismo cancionero. Cadícamo –el último grande, fortuitamente ido al finalizar el milenio y arribar una nueva era– fue a la vez ese gentleman refinado y displicente que paseaba su pelo rubio y sus ojos azules por los cabarés de la Europa cosmopolita posterior a la Gran Guerra, en una lujosa bohemia de voiturette, camisas de seda y zapatos de anca de potro; un amigo de la gente de la noche y de hombres de avería; el que vivió como soltero impenitente hasta bien pasados los 50 y aquel cajetilla que despreciaba la mediocridad de la burguesía porque tenía un alma dignamente popular salpicada con champán.
Recreó sentimientos de la sabiduría popular con ingenio desbordante, y gracias a sus viajes inacabables de un país a otro y a su inmersión en un idioma (el francés) que no era el suyo, asimiló una cultura omnívora. Leyó desde Píndaro y Virgilio hasta el apasionado Stendhal. Tal vez jamás había soñado compartir una edad de oro tan rica como aquélla del esplendor de París durante la Generación Perdida de Hemingway. Abierto a la vida rutilante y a la de los autoexiliados que no podían retornar por falta de plata, en su universo desfilaron cocottes, aristócratas, guapos, cuarteadores, pícaros y marginales de antes de la Gran Depresión y de siempre.
Si bien comenzó a los 16 con el sarcasmo lunfardo de Pompas de jabón (quizá asimilado del Malevo Muñoz), su visión era múltiple: trágica y comprensiva en el amor, de humor afilado y cínico sobre el hombre contemporáneo, escéptica frente a la utopía del progreso y melancólica en los alter ego que poblaron sus tangos, noctámbulos asiduos de los cafés, socarrones, mujeriegos y, por fuerza, solitarios.
Feroz observador de la especie humana, caminó "corriendo la suerte" de su fueye como testigo privilegiado del siglo y "haciéndose en tango" (al decir de Flores) con un lenguaje de esgrima que tal vez a los jóvenes les parezca de museo. Hijo de su tiempo, documentó distante la decadencia social apelando al machismo misógino; pero fue un adelantado al brindar a la mujer, ya en la década de 1930, el lugar de un igual con demandas a la tierna reflexión en Por la vuelta y La luz de un fósforo.
Una obra de múltiples vertientes
Huyendo a menudo del dolor (Quién dijo miedo), aferrado a la pasión amorosa le dedicó su obra. Empleó tres vertientes: la juvenil (Como un sueño), la alarmante del cabaret (Pa' que bailen los muchachos" y la mordaz del vividor. No rechazó a sus amigos malandras (Viejo grata, Punto alto, Descarte, Boleta) ni la confesión ingratamente autobiográfica (Hoy es tarde, Naipe, Viejas alegrías). Nunca aceptó desdeñar tampoco a la vejez (Ensueños, Hojarasca). Procuró retratar su época en El que atrasó el reloj: "¡De ésta no te salva ni el gong!/¡Guarda, que se me pianta la fiera!/Levantate e' la catrera/ que voy a quemar el colchón./¿Querés que me deschave/y diga quién sos vos?/¡Vos sos che, vagoneta/el que atrasó el reloj!".
Con su camarada y biografiado, el dandy Juan Carlos Cobián –pianista al que apodó "el Chopin del tango"– compuso varias fascinantes perlas románticas: Rubí, Nostalgias, La casita de mis viejos, Niebla del Riachuelo, Los dopados (titulado, luego, Los mareados). Escoltado por Troilo, definió como pocos la soledad en el 40 (Garúa" y colaboró con otras figuras de enorme talla, entre ellas el cantor Charlo (con los perdurables Ave de paso y Rondando tu esquina). Aún hoy se ignora que lo hizo con el misterioso Rosendo Luna, un músico que no fue otro que él mismo. Así, como su propio doble, firmó por ejemplo Por las calles de la vida.Para analizar las tristezas ciudadanas utilizó una técnica descriptiva (Anclao en París" y para el vicio femenino la ironía (Che, papusa, oí, Callejera, Muñeca brava). Más tarde pasó sin hesitar a los temas inconsolables (La que nunca tuvo novio, La novia ausente) y a homenajear unas cuartetas de Carriego en De todo te olvidas. ¿Alguien memora que Angel Vargas utilizó a Tres esquinas cual marca de fábrica?
Resurgió su raigambre nochera en Aquellas farras, Tres amigos y Copas, amigas y besos. Supo ridiculizar a ese hombre mediocre que rotuló José Ingenieros manejando la risa como pocos: Che, Bartolo, El llorón, y un minucioso Compadrón. Herido por la filosofía del que ha visto transcurrir la vida encima y no por su costado (Cuando tallan los recuerdos, Vieja recova", vomitó un imprevisto mensaje social en tono satírico (Al mundo le falta un tornillo), quizá precursor del Cambalache discepoliano: "Si habrá crisis, bronca y hambre/que el que compra diez de fiambre/hoy se morfa hasta el piolín". Escribió para el teatro con Félix Pelayo.
Además, publicó La historia del tango en París, El debut de Gardel en París y Mis memorias, entre otros. Dejó tres poemarios: Canciones grises (1926), La luna del bajo fondo (1940) y Viento que lleva y trae (1945).
Embajador infrecuente con modales de lord inglés, al soberbio creador de Almita herida y Niebla del Riachuelo se lo declaró en 1987, tardíamente, Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y, en 1996, Personalidad Emérita de la Cultura. Nos aguarda entre sueños en un café parisino con Madame Ivonne. Sería equitativo recordarlo con un poema escasamente conocido, Entrada prohibida: "Dicen que los hogares le prohibieron la entrada./Yo digo que la cosa pudo ser al revés./Fue el tango el que no quiso transar con la gilada,/le reventaba todo lo que fuera burgués".
Agradezco la reproducción. Pero falta el autor. He sido yo. alberto Daneri, escritor y periodista. Fue en la revista cultural "Ñ" del diario Clarín, en febrero de 2009. Saludos.
ResponderEliminarNi se excusaron por anular al autor. ¡Qué falta de calle! Hubieran dicho lo mismo mis amigos Edmundo Rivero, Homero y Virgilio Expósito, Óscar Alonso, Nestor Fabian. Y otros.
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