A nivel popular, Sarmiento es la única figura que se acerca en la consideración pública a próceres como San Martín y Belgrano, aunque ha sido borrado de la historia oficial, junto a José Hernández. ¿Fue el Martín Fierro la respuesta al Facundo? Halperín Donghi demuestra más coincidencias que diferencias en el pensamiento de ambos escritores emblemáticos de nuestra literatura.
Borges decía que el Facundo debía ser el libro clave de la Argentina en lugar del Martín Fierro, que exalta “a un gaucho matrero, desertor y asesino”.
Quien escribe esto piensa que se pueden adoptar los dos: uno, escrito por el mejor prosista de habla castellana del siglo XIX, según Miguel de Unamuno; el otro, el gran poema.
En vida, muy joven, suscitó polémicas y odios. Tenía menos de veinte años cuando su pariente, Facundo Quiroga, visitó a Doña Paula Albarracín, su madre, para decirle que lo haría matar en cuanto lo encontrara.
Fue muy insultado, pero no se quedó atrás en los ataques a sus adversarios o enemigos.
Sus bustos fueron manchados con alquitrán aún en épocas recientes, aunque algunos, con el tiempo se arrepintieron, como se lo confesaron al que esto escribe.
No dio importancia a los territorios del sur pero soñó con la reconstitución del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Quiso a los Huarpes pero odió a los indios chilenos del sur, coincidiendo con Hernández; algo que a su vez le granjeó el odio de muchos de los hijos de inmigrantes centro-europeos, que nada han tenido que ver con la historia iberoamericana.
Descendía de conquistadores como Juan Eugenio de Mallea, participante de la fundación de Mendoza y de San Juan y casado en matrimonio cristiano con la hija del cacique de Angaco, que se bautizó como Juan Huarpe de Angaco y fuera declarado noble por Felipe II, con tratamiento de “Don” reconociéndosele una gran extensión de tierras. Su hija se bautizó como Teresa Asencio de Mallea.
Su madre pertenecía a una familia antigua y poderosa, pero ya empobrecida; su padre participó de la batalla de Tucumán a las órdenes de Belgrano y en la de Chacabuco en el ejército comandado por San Martín, que lo envió a San Juan a llevar el parte de la victoria.
Sarmiento es uno de esos raros casos de un intelectual que, a la vez, es un hombre de acción No era dubitativo ni pusilánime. Le dolía el país; quería mejorar las condiciones de vida de la gente; le dolía el atraso, la pobreza, el analfabetismo, por eso enfrentó a todos los que él suponía que retardaban el progreso argentino.
Fue un hombre de grandes pasiones, capaz de enfrentarse a bastonazos o puñetazos en la calle. “He sido un chico de la calle”, dice en Recuerdos de Provincia. Supo vivir la vida, viajó, tuvo amores, hasta confiesa que fue tahúr. Insultó, agravió, fue tratado de loco.
“Era un genio”, dirá el médico psiquiatra Nerio Rojas, el hermano de Ricardo, que escribiera El profeta de la Pampa, la más completa biografía del sanjuanino. “Era racional. Eso lo salvó de la locura”, sostiene Nerio Rojas. Era un genio que sabía que lo era: “ Soy Sarmiento, que vale más que ser presidente y otros títulos”, vocifera en el Senado nacional.
Sarmiento siempre dijo lo que pensaba y fue muy duro, hasta cruel, lo que hoy llamaríamos “políticamente incorrecto”. Fue contradictorio también. Así como en algunas oportunidades descalificó al gaucho, en otras lo elogió. Repudió al indio salvaje pero escribió páginas magníficas sobre los Huarpes, agricultores y constructores de acequias del Cuyum, loas que culminan en su admiración al huarpe Calíbar, el viejo rastreador de las lagunas de Guanacache.
Sus pasiones fueron la educación, la agricultura, la literatura y la industria; vio en la navegación de los ríos interiores y en el desarrollo de los los ferrocarriles, las maneras de promover el progreso del interior.
Cuando fue Presidente de la Nación, tuvo un gran ministro de Educación en Nicolás Avellaneda; un seguidor en Roca, el presidente de la ley 1.420 de educación primaria, obligatoria, gratuita, estatal y laica, que marcó la diferencia a favor de la Argentina no sólo en nuestra región sino también con los países latinos de Europa. Portugal, España y hasta Italia en 1950 tenían aún tasas de analfabetismo superiores a las argentinas de principios del siglo XX y las nuestras no fueron más bajas en ese momento porque la mayor parte de los inmigrantes europeos eran analfabetos.
Se rieron cuando ascendió a general. Sin embargo fundó el Colegio Militar, la Escuela Naval, contrató la construcción de la primera escuadra blindada, adquirió cañones, ametralladoras y 170 mil fusiles de repetición.
Fundó la Facultad de Ciencias Exactas, creó el primer Observatorio Astronómico en Córdoba, donde gestó la Academia de Ciencias. Le dio nuevas posibilidades laborales al pueblo con las escuelas normales y a la mujer, promoviendo la carrera de maestras.
Todo esto fue una revolución en la sociedad de su época, sumamente prejuiciosa y atada a costumbres anacrónicas, cuando a las hijas ni siquiera se les enseñaban las primeras letras, aun dentro de las clases altas.
Así era; enfrentaba a Mitre pero en las crisis lo consultaba y le reprochaba: “Sea menos porteño y más argentino”. Se definía Sarmiento como “porteño en las provincias y provinciano en Buenos Aires”. Buscó y logró la reconciliación con Urquiza: “Ahora me siento presidente” dijo luego de visitarlo; semanas después el vencedor de Caseros fue vilmente asesinado por López Jordán, quien intentó segregar del país a la Mesopotamia, en el último intento separatista.
Fue duro con algunas provincias como San Luis, La Rioja o Santiago del Estero: “Son las más pobres de la tierra, carecen de ciudades y de hombres de valor; esperan ver el resultado de las luchas para aplaudir al vencedor”, sostuvo.
En cambio de la Mendoza vieja, la criolla, afirmó lo siguiente: “Mendoza era un pueblo eminentemente civilizado, rico en hombres ilustrados y dotado de un espíritu de empresa y mejora que no hay en pueblo alguno de la República Argentina; era la Barcelona del interior. Con las disposiciones que yo le conozco a ese pueblo, en diez años de un sistema semejante hubiérase vuelto un coloso”.